Cristel Montenegro E.
Tenía 8 años. Él tenía 15. Decía que éramos amigos. Me encerraba en un cuarto, con las luces apagadas y decía que estábamos jugando. Que todo era un juego. Su mano recorría mi vulva, mis senos, y su boca recorría mi cuello. Yo no entendía, me quedaba congelada. No sabía como reaccionar. Pero sabía que ese juego no me gustaba. Sabía que tenía miedo.
A los meses, cuando tomé consciencia de lo mucho que me desagradaba ese “juego”, empecé a inventar miles de historias para no entrar a esa casa. No he vuelto a entrar desde entonces. De mi abusador, nunca supe más. Pero nunca lo pude hablar… No sabía por qué no podía hablar.
Pensé que el silencio iba a ser mi mejor arma para continuar con mi vida ¿Para qué decírselo a mi mamá? ¿Qué utilidad iba a tener eso? Nadie me iba a creer, me iban a hacer preguntas. Con el tiempo, “se me olvidó”. El cerebro tiene mecanismos de sobrevivencia que permiten discriminar información dolorosa para preservar la existencia.
Mi estrategia de silencio tuvo un recorrido de más de una década. Una noche, a mis 21 años empecé a tener pesadillas, lagunas mentales, ideas vagas que no tenían un orden cronológico de mis memorias. Con los meses, solo fueron incrementando. Fui diagnosticada con depresión. Tuve muchos pensamientos suicidas y eventos dónde mi vida estaba en riesgo.
La militancia dentro del feminismo nicaragüense y el acompañamiento responsable de una psicóloga me ayudó a volver a mi historia para vivir el dolor, el enojo y el asco que me provocó mi experiencia de abuso sexual. La búsqueda de mí misma, me llevó a buscar en la historia de mis ancestras/os, mi sorpresa fue descubrir que varias de mis abuelas y mi papá habían vivido eventos similares, también a los 8 años. El dolor fue más grande. Sentía una tristeza que era más grande que la mía. Entonces, me permití llorar por su historia.
Evitamos hablar de casi cualquier cosa que nos “incomoda”: el abuso y la violencia sexual, la pobreza, lxs desaparecidxs, las guerras, los abortos, la migración forzada (…)
4 años más tarde, me di cuenta que debía cambiar de estrategia de sobrevivencia, el trauma atascado dentro de mi cuerpo me limitaba la capacidad de conectar con mi esencia, fue cuando tomé la decisión de hablar sobre mi experiencia con mi familia. Hablé, cuando ya podía ver mi fuerza vital y mis recursos. Cuando el abuso y mi abusador ya no tenían poder sobre mí. Hablé, como un ejercicio de libertad y de sanación para mi clan. Pasé de sobrevivir a vivir.
El trauma no deja de doler, pues está en mi cuerpo, es parte de mi historia, no puedo cambiarlo. Pero lo que, si puedo cambiar, es la forma en cómo cuento la historia de mi misma. Yo no soy una víctima. Soy una mujer que se toma la vida en serio.
Trabajar como investigadora social y como terapeuta en diferentes lugares de Centroamérica, me ha llevado a identificar que mi historia se repite en casi todas las familias de la región, y más interesante (frustrante) aún, ha sido identificar que la estrategia de sobrevivencia ha sido exactamente la misma: el silencio.
Me pregunto entonces ¿por qué callamos? ¿para qué?, ¿quién se beneficia de nuestro silencio?, ¿dónde aprendimos a callar? Parece que hablar de lo que nos duele está mal visto, como si por dolernos recibiéramos alguna sanción social. ¡Sí, es que la recibimos!
La cultura de silencio es un modelo de “control emocional” que tenemos profundamente instalado. Que nos pasa una factura muy alta como sociedad, pues evitamos hablar de casi cualquier cosa que nos “incomoda”: el abuso y la violencia sexual, la pobreza, lxs desaparecidxs, las guerras, los abortos, la migración forzada, el abandono, la traición, los suicidios, las rupturas de pareja, la discriminación, la muerte, etc.
Sin darnos cuenta, hacemos funcionar un modelo que nos enseña a callar las violencias, lo reproducimos desde nuestras casas, se refuerza en la escuela, en las iglesias, en las comunidades y las instituciones públicas de nuestros países. Un modelo que reprime el dolor. Hasta que podemos observarlo en su máxima expresión, cuando los gobiernos deciden reprimir las diversas expresiones de descontento hacia las débiles democracias de nuestra región, en vez de promover la cultura de diálogo, la construcción colectiva y la integración de diferentes actores sociales.
Difícilmente, vamos a transformar nuestros escenarios macropolíticos, si no transformamos nuestras prácticas micropolíticas, es decir, la gestión de nuestro poder. La gestión de lo pequeño. Es vital encontrar las conexiones entre lo íntimo y lo público para reflexionar sobre liderazgos políticos honestos. Pero este es un debate que no cualquiera está dispuesto a sostener, porque nos interpela, nos incomoda reconocer que lo personal es político.
Lo que, sí es un hecho, es que mientras menos hablemos de lo que nos duele, más posibilidades tenemos de repetir la historia, a nivel personal, familiar, comunitario y como país. Si lo pensamos un poco, al final, a todas y todos nos duele lo mismo.
Y vos ¿Cómo estas liderando tu vida? ¿Cómo te estas contando tu historia? ¿Estas repitiendo patrones de comportamiento o realmente estás siendo una diferencia?
¿Cuánto tiempo más seguiremos siendo leales a la estrategia del silencio que nos fue heredada?

Muchas veces se calla por verguenza, por sentimientos de culpabilidad sobre todo impuesta por la sociedad misma a traves de la misma familia y el poco conocimiento sobre lo que nos esta pasando y el no saber a quien recurrir para que de proteccion. La vulnerabilidad de un niño o niña es muy grande y la poca confianza y comunicacion entre la familia es lo que permite que se guarde silencio. El conocimiento es poder y seria muy importante para no callar y poder liberarse y sabar lo que se trae por dentro que se brindara y compartiera la forma en que muchos o muchas puedan de alguna manera encontrar el sitio donde poder hacerlo sin temor a ser juzgado sin culpa y poder desarrollar la capacidad de vivir sin miedos ni culpas y romper el ciclo de lealtad que la mayorua desconcemos que fomentamos si no resolvemos lo que guardamos en silencio. Muchas gracias por tu articulo es importante para reflexionar, tomar conciencia de lp que nos pasa y estimular a tomar acciones.
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