La realidad de los países latinoamericanos, se ha visto transformada por factores que han tomado una gran importancia en las últimas dos décadas. Paradójicamente, estos componentes de transformación, a pesar de ser evidentes en la cotidianidad, es decir, de estar presente en la cualificación de las relaciones sociales, los mismos son pasados por alto, desconocidos y despreciados. Pero no por ser desconocidos, podemos afirmar que su significado tenga buenas consecuencias sobre las relaciones sociales, por el contrario, estamos hablando, de temas que particularmente, promueven el desconocimiento y negación de otras realidades, propiciando fenómenos como la violencia y las persecuciones.
De este modo, se evidencia una gran problemática que afecta principalmente, las condiciones de vida en los llamados países en desarrollo, o dicho de otra manera, en países del tercer mundo. Estamos entonces, frente a la imposición vertical de una supremacía cultural del primer mundo, imposición que nos ha llevado inclusive, al desprecio por nuestras razones ancestrales, permitiendo que las costumbres propias se pierdan bajo las toneladas del cemento del desarrollo. Pero sus consecuencias no son únicamente en la pérdida de los valores de los pueblos originarios, también sobre los valores que definen la identidad de los pueblos de América Latina.
En este sentido, las pérdidas han sido invaluables, ya que se han logrado interpolar el sentido y los motivos por los cuales se define una sociedad en “desarrollo”. Así las cosas, enunciar por lo menos de manera breve esos factores de transformación, es un paso importante en la construcción de una crítica, que nos facilite evidenciar las razones que posibilitan la pérdida de identidad, o dicho de otra manera, la deshumanización del ciudadano. En este sentido, propondremos algunos elementos que consideramos, son los más importantes en este proceso de pérdida de humanidad, problemáticas que nos han llevado a ser ejemplos de barbarie ante el mundo.
En primer lugar, se hace necesario hablar de la espiritualidad. Al respecto es preciso tomar postura; denunciar una colonización de la misma, la cual ha sido una constante necesidad del pensamiento que nace en occidente, la necesidad de mantener la superioridad de pensamiento y validez del mismo. Es decir, que la espiritualidad vista desde la perspectiva occidental, es una espiritualidad que ha mantenido las pretensiones de colonización, lo que supone la negación sistemática de los valores propios latinoamericanos. De este modo es fácil hacer un seguimiento a esa colonización que perdura y se mantiene en el tiempo, erigiéndose uno de los principales factores de crítica al sistema mundo capital, se mundo que niega las realidades sociales de individuos que quieren resistirse a esa imposición cultural.
Pero esta imposición, al igual que la sociedad y el mundo, morigeran, cambian sus edificios de valores tan constante y vertiginosamente, que la sociedad no solo se enfrenta a un proceso ineludible de constante evaluación, sino que se ve sometido a la aplicación irrestricta de estos nuevos elementos de reconocimiento. Pero ¿Qué sucede cuando esos nuevos elementos, nos compelen a la negación de nuestra identidad, bajo la imposición de valores foráneos?
Esa pregunta nos acerca a la exposición de uno de esos factores de transformación evidente, pero desconocido[1]: es la colonización de la espiritualidad. A lo largo de los últimos siglos, la colonización de la espiritualidad, ha sido una herramienta de exclusión y negación de otras cosmovisiones, donde la excusa perfecta es la idea de desarrollo y la necesidad del progreso. Como evidencia de esa imposición, encontramos el culto y la culpa, que ha ido cambiando de manos y actores. Ejemplo de ello, es el proceso de colonización de las indias, cuyo principal foco de transformación, tuvo como base la persecución de la espiritualidad ancestral y el exterminio de estas formas de ver el mundo. En la actualidad, esa imposición se hace de manera sutil, manteniendo si los valores ya impuestos por los Colonizadores europeos, pero ahora con el objetivo de hacer casa en la cultura moderna.
Costumbres relacionadas con los estereotipos de belleza, los hábitos y rutinas de vida, y por supuesto el culto a la imagen estilizada atlética y apolínea, transformaron las imposiciones, que en su tiempo fueron a través del miedo y el terror que ocasionaba la tortura que significaba caer en el infierno de occidente, el miedo a ser víctima del castigo de un Dios que pareciera no había pisado nunca nuestra tierra. Ante esa violencia y muerte, con el fin de romper la relación del indígena americano, con la realidad y su tierra, la vemos reflejada en la imposición violenta de cánones de evaluación de la belleza, el uso constante e irrenunciable a cosas a las que previamente, les han encontrado una necesidad. Nos cambiaron el culto a un Dios, por el culto a una imagen, una reverencia globalizada a la belleza a la figura esbelta, manteniéndonos bajo el control de la sombra de Europa.
Otro punto y no menos importante, es el que se encuentra en la interacción del individuo, a través de los medios de comunicación y el acceso a la información. Este acceso libre, ha sido una de las principales herramientas de la globalización, que por supuesto ha estado al servicio de la homogenización de las diferencias, buscando con esto, imponer una sola forma de comprender el significado del mundo, asociado al desarrollo y la promesa del progreso, una idea que tiende a reconocer la diferencia, pero a negarla frente a los valores impuestos por la lógica mercantil.
No obstante, esta pérdida paulatina de identidad, ha logrado hacer un gran agujero en la cultura latinoamericana, ya que estas imposiciones nos han compelido a negar desautorizar y en muchos casos, despreciar nuestra herencia, no solo ancestral, también la que mana de los procesos sociales propios de nuestro territorio.
[1]Entender desconocido, y los sinónimos de desconocimiento, como un fenómeno que tiende a restarle valor y pretender el olvido de elementos, en ocasión de la imposición de valores culturales.