El 17 de abril de 2019, los peruanos amanecimos con una noticia: “La fiscalía había pedido detención preliminar para el ex presidente Alan García”. El equipo especial del Ministerio Público tenía fundada sospechas al parecer, pruebas que vinculaban directamente a García; por ende era necesario detenerlo por diez (10) día para allanar su casa, recabar las pruebas y evitar que García obstruyera la investigación.
Siempre existió la leyenda urbana de que García era intocable, que tenía una red en la fiscalía y el Poder Judicial que siempre lo exculpaba de todas las investigaciones. Entonces la noticia despertó la expectación de mucha gente quienes esperaban y deseaban que al fin García respondiera a la justicia por casos de corrupción. Esta vez no había escapatoria: No había embajada cerca para pedir asilo y su último intento de asilarse fue rechazado, no había opción de escape por los techos —como lo hizo en los años noventa —, las pruebas que ya se sabían y las que vendrían en Brasil en los próximos días lo estaban cercando.
El fiscal designado para la diligencia llega con la policía a casa de García y este al ser informado sobre su situación jurídica solicita ir a su cuarto a realizar una llamada para que su abogado se apersone a la diligencia. Minutos después se escucha un disparo. Los policías fuerzan la puerta de la habitación de García y descubre que se ha disparado en la cabeza. Rápidamente los policías en la casa actúan y es llevado a un hospital donde en las siguientes dos horas y luego de varios intentos de salvarle la vida se confirma su muerte.
La muerte de García no es algo que se deba celebrar y tampoco merece de un profundo análisis psicológico. García toma la decisión personal de acabar con su vida, para rehuir de la acción de la justicia y esto no se pude imputársele a nadie.
En muchas entrevistas y en varias publicaciones de Twitter o Facebook García indicaba que no existían pruebas sobre los delitos que se le imputaban. Para alegar su defensa hizo famosas varias frases: “El que nada debe nada teme”, “A otros compraron a mí no” y la más famosa “Demuéstrenlo imbéciles”. Al final parece que García si tenía miedo a ir preso, su ego no permitiría que los peruanos lo viéramos preso. En este punto es importante recalcar que la mayoría de ex presidentes vienen afrontando investigación o cárcel y no rehuyeron de la acción de la justicia. Aquí García busco una fácil salida y la historia lo recordará como alguien que nunca fue a prisión, pero que no tuvo valentía para afrontarla. Nunca defendió sus ideales y eso quedará en la mente de muchos.

¿Qué viene luego de la muerte de García?
Primero, se siente cierta impunidad, García fallece sin responder a la justicia por todos sus actos de corrupción y atentados a los Derechos Humanos de sus dos gobiernos. Lo queríamos vivo para que responda a la justicia por Accomarca, El Frontón, Lurigancho, Caso Molinos, Santa Bárbara, Pucayacu, Umaru, Bellavista, Parcco, Pomatambo, Cayara, Santa Ana, Pampamarca. Chumbivilcas. Comando Paramilitar Rodrigo Franco, Dólar MUC, Mirage, Tren eléctrico, Bagua, Narcoindultos y recientemente por Lava Jato.
Segundo, se abre un debate de que tan necesaria es la reforma de las detenciones preliminares y las prisiones preventivas. Tercero, se abre otro debate más a mediano plazo sobre el futuro del APRA y finalmente el papel con el cual será recordado en la historia.
Javier Curay
Que la historia, la justicia más allá de esta vida terrenal y el pueblo peruano lo juzguen.
Héroe o villano, García despierta pasiones de amor y odio en el Perú. Lo único cierto es que las investigaciones no deben detenerse y llegar a la verdad para que la historia pueda realmente ver el papel de los corruptos en la historia reciente de este país. Reitero que no es tiempo de celebrar, se debe guardar el respeto al luto de la familia. También creo que no se le debe considera un mártir, buscó la salida más fácil para evitar la acción de la justicia.
Que la historia, la justicia más allá de esta vida terrenal y el pueblo peruano lo juzguen. Lo demás es historia ya cerrada. Con la muerte de Alan García se pone fin a una era en la política nacional.