Adrián Fernando Malla
Han pasado ya 4 días desde la firma del Decreto Presidencial 883, el mismo que libera los precios de los combustibles, que hasta ese entonces mantenían un subsidio, a los precios internacionales. De igual manera, han pasado ya 3 días desde el Decreto 884, con el cual el presidente de la República formaliza el estado de excepción a nivel nacional por las movilizaciones de distintos sectores en el país que salieron a protestar por motivo del alza de los combustibles.
Lo que ha sido noticia a nivel mundial, más que las protestas de la ciudadanía, ha sido el abuso por parte de la Policía Nacional en el uso de su fuerza en las manifestaciones en distintos puntos del país. Una preocupación que ha manifestado tanto la Defensoría del Pueblo, como la CIDH (Comisión Interamericana de Derechos Humanos), ya que han existido personas heridas de gravedad y videos en redes sociales que denotan la completa falta de control en el actuar policial sobre el pueblo al cual juró defender; ¿Acaso no se dan cuenta que, al igual que ellos, a quienes golpean, hieren con sus armas y atentan contra su vida, también tienen un nombre, una madre y un pan que llevar cada día a sus hogares?
Viéndolo desde una perspectiva académica, me fue inevitable relacionar esta violencia irracional por parte de los efectivos policiales con el concepto de La banalidad del mal, creado y tratado por la filósofa alemana Hanna Arendt en su ensayo Eichmann en Jerusalén, publicado en 1963. El texto gira en torno al juicio de Adolf Eichmann, un coronel de las SS quien logró huir a Argentina acabada la 2da guerra mundial, siendo él uno de los artífices del holocausto. Arendt pudo cubrir el juicio de este personaje, ella suponía que iba a encontrar a una persona retorcida y mentalmente enferma, pero se encontró algo peor, alguien completamente normal, que no lograba comprender la magnitud de sus crímenes, simplemente se dedicaba a seguir órdenes con el objetivo de ascender en su carrera profesional; tenía una lealtad ciega y una moral corrompida por sus autoridades, no tenía conocimiento sobre el bien y el mal.

Para ser Policía Nacional se necesitan varios años de entrenamiento físico y adoctrinamiento mental. Se los instruye a únicamente obedecer órdenes, reduciendo de esta manera la capacidad de reflexión ante su actuar. Cuando visten con el uniforme, su casco y botas dejan de ser parte del conglomerado social, y no solo eso, sino que lo sienten fehacientemente. Por ello es por lo que pasan a reconocer al otro como un civil y ellos como la autoridad de control. En este paro nacional se atestiguó, ya sea de forma directa o mediante videos, a policías atropellando con sus motocicletas a civiles, tirando gas a lugares donde había niños y niñas, matando a palos a una persona, y por más que haya sido un delincuente no se puede justificar el asesinato de un ser humano. Esto nos ayuda a ratificar lo mencionado por Arendt, de que no necesitas ser un psicópata malvado para ponerte bajo la piel del mal, todo lo que alguien tiene que hacer es seguir ciegamente las órdenes de alguien más.

Para ellos, los ecuatorianos en el paro nacional se han transformado en algo superfluo, algo que se pude reprimir y maltratar sin remordimiento alguno, porque se sienten bien realizando su trabajo, no porque la violencia les de placer, sino porque mientras más cumplen, más premiados serán; pero lo que les hace falta es la perspectiva que podemos tener nosotros sobre lo horrendo de sus actos, actos cometidos no porque estuvieran dotados de maldad, sino porque es su oficio, su profesión, su engaño.
Cabe recalcar que obviamente existen excepciones que mantienen su capacidad reflexiva, pero, aun así, las órdenes recibidas no es analizar, sino actuar sin preguntar. La responsabilidad del accionar de las fuerzas del orden recae sobre el Estado, ya que es el mismo que los capacita, instruye y adoctrina. El Estado es el que elimina o mínimo limita la empatía y deshumaniza a quienes forman parte de sus filas.
Mi objetivo no es fomentar la oposición a las fuerzas policiales y/o militares, tampoco justificar los actos cometidos, sino generar un pensamiento en torno a los instrumentos represivos del poder, no tomándolos como instituciones, sino como sujetos que padecen las mismas necesidades de quienes oprimen.
Este párrafo va directamente a los señores de la Policía Nacional y FFAA. Se entiende perfectamente que ustedes siguen órdenes, y se sienten como héroes porque cumplen con los objetivos encargados, pero cuando llegas a casa y revisas tus redes sociales y observas el gran maltrato a las personas, puede suceder dos cosas:
1. O sientes que tus cometidos no fueron tan honorables como pensaste o,
2. No te arrepientes de nada; si sucede contigo la segunda opción, tu empatía con la sociedad, con la miseria, con la pobreza, y compromiso por la Patria es nula. Y me gustaría hacerte una pregunta: ¿Cómo justificarías a tu hijo o hija si fueras el oficial del video que pasa una motocicleta por la cara de un manifestante desarmado y sometido? Te invito a recuperar la reflexión de tus actos, y a no sentirte alguien aparte de la población ya que si hoy se sale a manifestar no es por intereses personales, como el gremio de transportistas, sino por tus hijos, su presente y su futuro, por su vida digna y por sus derechos.
“El mal más grande del mundo pude ser cometido por cualquiera, y para hacerlo no es necesario tener ningún motivo, o fuertes convicciones o corazones crueles… basta simplemente con negarse a ser persona, esto es la banalidad del mal”
Hanna Arendt